Si hace cuatro años nos escapamos unos días a Barcelona coincidiendo con el campamento de ASTRADE (para ver la ciudad y visitar a nuestro buen amigo Valentín), hace tres nos atrevimos con un viaje a París aprovechando la estancia de Sara en Fundamifp, hace dos visitamos Roma en compañía de Iku y Valentín y el año pasado nuestro destino fue Londres, las circunstancias familiares de este año han estado a punto de impedir que saliéramos aunque fuera un par de días de nuestra querida región. Al final, y tras darle muchas vueltas, decidimos pasar un par de días en la ciudad de Burgos aprovechando para visitar los yacimientos de Atapuera y contemplar la exposición de Antonio López en el Museo Museo Thyssen-Bornemisza.
Todo estaba preparado desde la noche anterior. A primera hora del miércoles, 10 de agosto, partimos en coche hacia Madrid, nuestra primera parada. Y casi lo fue, porque a duras penas May consiguió que parara a menos de cien kilómetros de la capital para tomar un café. La primera anécdota del viaje fue la "Señorita Garmin", que nos acompañó en este viaje. Era la primera vez que utilizábamos un navegador para viajar y la valoración es bastante positiva, sobre todo para moverte por ciudades (y para estar avisado de posibles radares, no hay que olvidarlo).
Antes de las once y media estábamos en la puerta del museo dispuestos a sacar nuestras entradas pero nos llevamos la desagradable sorpresa de que ya no quedaban para esa mañana (el hecho de que cerraran el lunes hizo que no tuviéramos la precaución de sacarlas por adelantado). En vez de sacarlas para esa tarde decidimos hacerlo para el viernes, a media mañana, lo que hacía que tuviéramos que cambiar nuestra planificación sobre la marcha.
Otra vez en ruta, con destino hacia El Burgo de Osma-Ciudad de Osma, municipio de la provincia de Soria, situado en la comarca de Tierras del Burgo.
La Ciudad de Osma es el núcleo histórico altomedieval, mientras que El Burgo de Osma es la villa aledaña, declarada Villa de Interés Turístico en 1962 y Conjunto Histórico-Artístico en 1993. Ambos tienen su origen en la vieja Uxama de los arévacos primero y de los romanos después, cuyos restos se encuentran en el cerro Castro, a un kilómetro de El Burgo.
La riqueza momuental de esta villa episcopal es enorme. Antiguo feudo de la Iglesia, reviste un interés especial al armonizar (como sus tres edades: la celtíbera, la romana y la medieval) otros tres elementos: la arquitectura, que remite sin cesar a lo eclesiástico, (escudos de mitrados se encuentran por toda ella); la castellanía, como demuestran los soportales y los mercados (donde aún se celebran importantes ferias y mantienen vivo el día de mercado) y la riqueza fertilizante de las tres vegas que la cruzan: las de los ríos Duero, Ucero y Abión.
De la mano del obispo restaurador de la diócesis, San Pedro de Osma, en el año 1101, tras la invasión musulmana y sobre los restos del monasterio visigótico de San Miguel, nació esta villa y se rigió la espléndida Catedral gótica, con restos de románico y torre barroca.
Pero lo realmente importante en El Burgo es patear la calle. algo fundamental para oír el latido de un lugar, callejear, perderse por los minúsculos recodos; recorrer los rincones de La Plaza Mayor y observar los vaivenes tranquilos o presurosos de aquellos que la cruzan; caminar bajo los soportales hasta la puerta de San Miguel, que se abre sobre el río Ucero, único resto que queda del recinto murado que tuvo la villa... y comer, que ya era hora.
El sitio estaba elegido de antemano y no nos defraudó. Comimos en el Restaurante Virrey Palafox ("la catedral del buen comer"). Si la comida y el vino de la tierra hacen honor a su fama, me quedo con los postres, exquisitos. Un café y, sin solución de continuidad, hacia Burgos, acompañándonos en nuestro recorrido el río Duero hasta Aranda de Duero y a partir de ahí las obras de la N-I hasta la ciudad castellana.
La idea era visitar esa misma tarde el Museo de la Evolución Humana, pero el garaje de la Tesorería de la Seguridad Social en primera instancia y el del propio hotel en segunda lo impidieron. Una vez instalados y tras llegar tarde al último pase del museo, decidimos empezar la visita a la ciudad. Cruzando el conjunto escultórico del puente de San Pablo llegamos a la plaza de Mío Cid, donde se alza la estatua ecuestre del Cid cuya figura alcanza categoría de mito gracias a la pluma de escritores y juglares.
A continuación llegamos a la Plaza Mayor y pasando bajo la casa Consistorial mediante un paso porticado accedimos al paseo del Espolón. Merece la pena recorrer tranquilamente todo su trayecto disfrutando de la singularidad de sus jardines, de sus numerosos árboles y espacios sombreados, así como de los edificios históricos que se levantan en él.
El siguiente destino era la Catedral de Burgos, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984 y uno de los primeros ejemplos del arte gótico en España. Disfrutamos de su exterior rodeando su permímetro. De la plaza del Rey San Fernando subimos a la Plaza de Santa María para contemplar su imponente facha principal y sus agujas tan características. En la subida hacia la calle Fernán González un mirador nos permitió contemplar la grandiosidad del templo. El final de la escalinata nos condujo a la puerta de la Iglesia de San Nicolás de Bari, cuyo retablo pétreo mereció la visita de May, aunque era hora de culto. Otros dos miradores, uno junto al Palacio de Castilfalé, desde el cual se observa el bello conjunto de agujas y la filigrana de cimborrio y otro un poco más abajo nos permitió contemplar la capilla de los COndestables y la puerta de la Pellejería.
La Catedral encierra tantas capillas y tesoros que es difícil enumerar en un listado breve. En nuestro "breve paseo" por su interior admiramos la belleza del retablo Mayor, el crucero y el cimborrio, el coro y la capilla de Santa Tecla, así como la originalidad de la escalera dorada.
Tomamos la calle de la Paloma para seguir conociendo la ciudad, llegando hasta el Palacio de Capitanía. Posteriormente nuestros pasos nos llevaron hasta la plaza de la Libertad, en la que se halla la Casa del Cordón, de finales del siglo XV, que debe su nombre al cordón franciscano que recorre su fachada principal. Sirvió de lugar de alojamiento para reyes e infantes y escenario de visitas como la de Colón a su regreso de segundo viaje a América, y de un suceso tan luctuoso como el fallecimiento de Felipe el Hermoso en 1506.
Un agua mineral en la plaza para descansar un momento y al hotel. La idea era salir de noche a tomar algo, pero la suculenta comida quitaba un poco las ganas. De nuevo en la calle nos dirigimos de nuevo al entorno de la Catedral, que mantiene su primitivo encanto medieval. Su carácter peatonal invita a pasear de forma tranquila y a disfrutar de sus calles. Una de ellas, que confuye en la Plaza Mayor, invitaba al tapeo. Y no lo dudamos. Si parte de la planificación del viaje pasaba por tomar algo esa noche en el Mesón Burgos, cumplimos las expectativas y no nos quedamos sin probar sus famosas patatas bravas, acompañadas de las correspondientes cañas.
El día tocaba a su fin. De vuelta al hotel llegamos hasta el Arco de San Juan, antigua puerta de la muralla que da entrada al centro histórico a los peregrinos que llegan a Burgos. Por último, contemplamos la plaza de San Juan configurada por lo que fuera un monasterio, un antiguo hospital y una iglesia.
Los yacimientos de la Sierra de Atapuerca esperaban al día siguiente...