Roma (VI)
Comenzaba nuestro último día en Roma, y había que aprovecharlo. Esa misma tarde tomaríamos sendos aviones con destino a Barcelona y Alicante (vía Madrid). Tras desayunar y quedar como todas las mañanas iniciamos nuestra ruta en dirección a Santa María la Mayor, con su baldaquino de columnas de pórdido rojo y bronce de Ferdinando Fuga y su Capella Paolina, de cuyo techo caen cada año cientos de pétalos blancos en conmemoración del "milagro de la nieve".
Seguimos pateando la ciudad, ya alejados del centro turístico, para dirigirnos a San Juan de Letrán, catredral de Roma, a la que accedimos por su fachada norte, añadida por Domenico Fontana en 1.586 y desde cuya galería superior el Papa otorga su bendición. En esta Piazza di San Giovanni se encuentra el obelisco egipcio más antiguo de Roma.
Además de contemplar su baptisterio, de forma octogonal, y el altar papal, baldaquino gótico donde tan sólo el Papa puede celebrar misa, paseamos por sus claustros, construidos por la familia Vassalletto alrededor de 1.220, admirando sus columnas gemelas en espiral y sus mosaicos de mármol.
Abandonamos la iglesia por su entrada principal en la fachada este, encaminándonos a la Porta Asinaria, una de las puertas de la muralla Aureliana. Y en tan noble marco pudimos jugar a una de nuestras aficiones semanales: la Lotterie Nazionali, aunque con parecido resultado que en suelo patrio.
Decidimos tomar el metro para visitar Villa Borghese. Y menuda caminata que nos dimos para terminar sin poder contemplar la villa de los Medici.
Era la hora de la despedida. Valentín e Iku tomaban el avión antes que nosotros y se quedaron en las cercanías de su hotel. A May le quedaban un par de iglesias que ver. Tras dos intensos días y tres noches decíamos "hasta luego" a nuestros amigos, hasta una próxima ocasión, no sabemos cuándo, pues paparajote es menos asiduo de las tierras murcianas últimamente, "no sabemos por qué", o sí. Partimos hacia la Basílica de Santa María degli Angeli e dei Martiri, junto a la Plaza de la República.
La dedicación a los mártires hace referencia al dato que afirma la hagiografía cristiana, según el cual las termas de Diocleciano fueron construidas con el trabajo de cristianos hechos esclavos. El edificio fue diseñado en 1562 por Miguel Ángel sobre la base del aula central de las Termas, a solicitud de papa Pío IV. Al igual que en París, nuestro último día nos tenía reservada una curiosidad científica. Si el año pasado fue el péndulo de Foucalt del Panteón, esta vez era la Meridiana, el Gran reloj de sol de Francesco Bianchini, situado bajo el crucero de Santa María de los Ángeles, construido sobre base del diseño original de Miguel Ángel, que fue solicitado por el papa Clemente XI e inaugurado el 6 de octubre de 1.702. Su fin era, más allá de competir con el reloj semejante entonces existente en San Petronio en Bolonia, demostrar la exactitud del Calendario Gregoriano y determinar la fecha de la Pascua en el modo más coherente posible con los movimientos del Sol y la Luna. Funge como gnomon el agujero por el cual la luz solar, al cénit, cae en un punto variable y medido por la línea de bronce de cerca de 45 metros de largo trazada en el suelo. La llegada de las estaciones es representada por las figuras de las señales zodiacales incrustadas en mármol y dispuestas a lo largo de la línea. En un extremo se encuentra la señal de Cáncer, que representar el solsticio de verano, y en el otro la de Capricornio, que representa el solsticio de invierno.
Ese día el sol no faltó a su cita, y a las 13 h 15 min 32 s estaba en el lugar indicado, todavía cercano al signo de Cáncer por la proximidad con el solsticio de verano.
Tras la comida nos acercamos a la Piazza Barberini, donde degustamos un helado que se había hecho de rogar, y que nos tomamos sentados en la Fontana delle Api, una fuente de Bernini decorada con abejas, el emblema de sus mecenas, los Barberini.
Una última visita: la iglesia de Santa Maria della Vittoria. La joya de esta iglesia barroca es la capilla Cornaro, en forma de teatro. En el centro del escenario se halla otra conocida escultura de Bernini, el Éxtasis de Santa Teresa. Pudimos admirar el contraste entre la representación de Santa Teresa y el ángel, en mármol blanco purísimo, y los rayos del sol en bronce amarillo, y notar las expresiones, los gestos y la suavidad con que Bernini representó esta controversial obra.
Se acercaba el final de nuestro corto pero intenso viaje. Retomamos el camino hacia el hotel donde en pocos minutos nos recogerían para el traslado al aeropuerto. En dicho trayecto pudimos admirar desde la distancia el Palacio de la "Civiltá del Lavoro", llamado vulgarmente el "Coliseo cuadrado" por su forma y sus 216 aberturas, una de las joyas arquitectónicas que esperamos que también contemplara nuestro amigo Valentín.
Algunas compras en Fiumicino y el primer vuelo a Madrid. Una hamburguesa en la T4 y el segundo vuelo hasta Alicante, donde tomamos tierra cerca de la una de la madrugada. Cogimos el coche y un paseito hasta Alcantarilla. Quedaba poco tiempo para descansar antes de recoger al bombón.
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