Roma (II)
Cuando a las cinco y media de la mañana May "me invitó a levantarme para que me afeitara" no sabía si estaba en Roma o si, por el contrario, me encontraba en San Petesburgo, mas que nada por el cambio horario. Pasado el susto inicial aproveché para dormir lo que quedaba hasta las siete y media antes de arreglarnos para bajar a desayunar, copiosamente, como suelo hacer cuando salimos de viaje, porque intuyo que la jornada será completita e intensa.
Cuando Valentín e Iku llegaron al "Internacional" comenzamos nuestra visita a la ciudad por la colina del Quirinal, admirando la fachada del Palazzo del Qurinale y las gigantescas estatuas de Cástor y Pólux ubicadas en la piazza junto a uno de los innumerable obeliscos y una de las innumerables fuentes. De ahí a la Fontana di Trevi no hay más de cinco minutos, eso si aciertas a bajar por la escalinata que teníamos a nuestros pies. Pero todavía no nos orientábamos muy correctamente y hacía poco que habíamos comenzado a caminar. Estábamos ávidos de ver cosas, de ahí que diéramos más de una vuelta hasta localizarla, lo que nos permitió admirar el Palazzo Colonna, la Piazza Venezia y la gran columna de Trajano. Pero al final dimos con la fuente más conocida de Roma, evitando, eso sí, imitar a Anika Ekberg y a Marcello Mastroianni en aquella memorable escena de La dolce vita.
Eso sí, arrojamos las monedas de rigor, por lo que tal vez comentemos en este mismo blog nuestra vuelta a la ciudad.
Callejeando llegamos al Panteón, gloria de Roma. Su pórtico, sus puertas de bronce, su solemne cúpula, sus capillas, en una de las cuales se encuentra la tumba en la que yacen los restos mortales de Rafael, hacen de él el más perfecto de entre los monumentos clásicos existentes en Roma.
Nuestro próximo destino era Piazza Navona con sus tres magníficas fuentes, entre las que destaca la Fontana dei Fiumi, la fuente de los Cuatro Ríos de Bernini, soporte de su obelisco, más famoso si cabe tras los "ángeles y demonios" de Dan Brown, que parece como si nos siguiera en nuestros viajes, el año pasado en París y este en Roma.
La plaza, única en su género, debe su forma a la antigua pista de carreras del Estadio de Domiciano y destaca por su asombrosa decoración propia del barroco romano. Tras visitar la iglesia de Sant’Agnese in Agone, construida en el lugar donde, según la tradición, la virgen, desnudada antes del martirio, fue envuelta por los bellísimos cabellos crecidos milagrosamente, May, Iku y Valentín buscaban en el plano el mejor camino para llegar a la plaza de San Pedro.
Y ese camino nos llevó hasta el Tíber, a la altura del Ponte Umberto, frente al Palacio de Justicia, una de nuestras visitas clásicas. Bajamos hasta su orilla ascendiendo de nuevo a la altura del Ponte. S. Angelo, construido en el 134 aC por Adriano para acceder a su entonces Mausoleo, con balaustres y estatuas de la escuela de Bernini. Lo cruzamos para contemplar el Castillo del Santo Ángel, coronado por el célebre Arcángel en bronce de Werschaaffelt.
Tiempo para hacer algunas fotos antes de entrar en el Estado sobrerano del Vaticano.
Accedimos a la Ciudad del Vaticano a través de la Via della Conciliazione que desemboca en la plaza de San Pedro, proyectada por Bernini entre 1,656 y 1,667, y a su obra más grandiosa, la Columnata.
Como seguro que no nos leen, podemos escribir que gracias a May nos ahorramos cerca de una hora de cola para entrar a la basílica. Nada más entrar, en la primera capilla de la nave derecha pudimos admirar la Piedad, una de las obras más bellas de Miguel Ángel. Sosteniendo la majestuosa Cúpula, también de Miguel Ángel, cuatro pilastras con cuatro grandes estatutas. Destaca la de San Longín, de Bernini, a cuya derecha está la célebre estatua en bronce de San Pedro.
Sobre el altar mayor, se eleva el fantástico Baldaquino de Bernini, sostenido por cuatro columnas en forma de espirar, hecho con el bronce sacado del Panteón. Debajo de esta altar se halla la tumba de San Pedro. Detrás, la Cátedra de San Pedro, en la que se incluye la antigua silla de madera de la primera basílica, identificada, gracias a estudios recientes, como el trono de Constantino.
Era el momento de la comida, pues desconocíamos la cola que nos esperaba por la tarde en nuestra visita a los Museos Vaticanos. No nos alejamos mucho de la plaza de San Pedro, y lo pagamos con gusto, incluido el servicio.
0 comentarios