Roma (III)
Después de la comida nos dirigimos a los Museos Vaticanos, un mundo en sí mismo. Nos habían avisado de "infinitas colas" para entrar y Valentín había sacado con antelación las entradas por internet pero comprobamos que era otra leyenda urbana. Antes de la hora prevista ingresamos en los amplios patios y galerías que unen el palacio Belvedere con los otros edificios de Bramante.
Había mucho que ver antes de llegar a las estancias de Rafael y a la Capilla Sixtina. Nada más y nada menos que un conjunto fantástico y grandioso de edificios con más de 11.000 habitaciones, salones, museos, galerías, capillas, corredores, patios y jardines, ricos en tesoros de arte de todo género. Pronto dimos con la Cortile della Pigna, una enorme piña de bronce, parte de una antigua fuente romana que una vez estuvo en el patio del antiguo San Pedro.
Tras visitar el impresionante museo egipcio nos adentramos en el museo Chiaramonti primero y en el Pío-Clementino mas tarde. Seguíamos nuestro lento devenir hacia la Capilla Sixtina, pero antes tuvimos ocasión de maravillarnos con las salas y galerías de Rafael, sobre todo con la gran obra de arte que representa la celebración del pensamiento y ciencia humanos: la Escuela de Atenas.
Cuando llegamos a la Capilla Sixtina mis sentidos estaban a punto de saturarse de tanto arte, aunque me reavivó esta en tiempos severa y casi desnuda capilla convertida por obra y gracia del Papa Sixto IV en una preciosa pinacoteca de la pintura del Renacimiento italiano entre los siglos XV y XVI: Perugino, Botticelli, Guirlandaio, Cosimo Roselli ...
... Y Miguel Ángel, que pintó el techo de la capilla por encargo de Julio II de mayo de 1.508 a noviembre de 1.512. La difucultad que representaba la amplitud y la desnudez de las superficies de la bóveda fueron brillantemente superados por este genio al sobreponer a la arquitectura real una estructura arquitectónica diseñada en la que colocó, con maravillosos efectos tridimensionales, los distintos elementos figurativos. Impresionante esta maravilla del arte incluso para un profano y para las condiciones de la visita: sin casi luz y con un gentío que la abarrota en cualquier momento del día.
Todavía tuvimos tiempo de recrearnos con la Pinacoteca Vaticana, desde los primitivos artistas italianos y bizantinos, pasando por Giotto, Fray Angélico, Rafael, Leonardo da Vinci, Ticiano y otros tantos. Comentario aparte merece la Transfiguración que Rafael no terminó por su repentina muerte en 1.520 a los treinta y siete años de edad, cuadro éste que estuvo expuesto en la Capilla Sixtina durante los funerales del artista.
Después de deambular por la Biblioteca Vaticana y por otra cantidad ingente de salas abandonamos a media tarde esta impresionante colección de arte a mediatarde por la espectacular Escalera elíptica, realizada por Giuseppe Momo en 1.932.
Volvimos a las cercanías de la plaza de San Pedro para comprar algunos souvenirs y tomarnos un helado. Más tarde tomamos el metro para visitar la Piazza del Popolo, es amplia y abierta, de una perfecta forma elíptica, con su obelisco egipcio que termina en forma piramidal ubicado en el centro y sus “iglesias gemelas” de Santa María in Montesanto y Santa María dei Miracoli. Ni los andamiajes impiden admirar su prodigiosa simetría.
Accedimos a la plaza a través de la Porta del Popolo, una de las antiguas puertas que conformaban la muralla Aureliana. A la izquierda se encuentra la iglesia de Santa María del Popolo, de origen barroco, que alberga en su interior la pequeña Capilla Chigi, descrita en el libro de “Ángeles y Demonios” como el Primer altar de la ciencia (el altar terreno).
Por primera vez, May y yo hicimos el camino desde el "Internazionale" al "Internacional". Transitando por la via Sistina tuvimos ocasión de ver la Fontana del Tritoni, de Bernini, como no, en la Piazza Barbaerini, el Palazzo Barberini y las cuatro fuentes en la encrucijada de las vias del Quirinale, Sistina, Quattro Fontane y XX Settembre.
Quedamos con Iku y Valentín para cenar en el entorno de la Plaza de España. Tras alguna incertidumbre por el sitio exacto donde habíamos concertado la cita, cenamos en un pequeño restaurante con una botella de lambrusco "amable" y el antipasto de rigor. Valentín pagó la cena, y con ella cumplió su apuesta de nuestra liga privada del Supermanager. No fue una comida en Florencia, pero fue una maravillosa cena en Roma, maravillosa más por la compañía que por los manjares que degustamos.
Después, un paseo por las calles de Roma nos condujo a la Fontana di Trevi, que pudimos contemplar iluminada. Era hora de descansar. Nos esperaba al día siguiente, para el que quedaban escasas horas, el Imperio Romano.
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