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Roma (III)

Roma (III)

Después de la comida nos dirigimos a los Museos Vaticanos, un mundo en sí mismo. Nos habían avisado de "infinitas colas" para entrar y Valentín había sacado con antelación las entradas por internet pero comprobamos que era otra leyenda urbana. Antes de la hora prevista ingresamos en los amplios patios y galerías que unen el palacio Belvedere con los otros edificios de Bramante.

Había mucho que ver antes de llegar a las estancias de Rafael y a la Capilla Sixtina. Nada más y nada menos que un conjunto fantástico y grandioso de edificios con más de 11.000 habitaciones, salones, museos, galerías, capillas, corredores, patios y jardines, ricos en tesoros de arte de todo género. Pronto dimos con la Cortile della Pigna, una enorme piña de bronce, parte de una antigua fuente romana que una vez estuvo en el patio del antiguo San Pedro.  

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Tras visitar el impresionante museo egipcio nos adentramos en el museo Chiaramonti primero y en el Pío-Clementino mas tarde. Seguíamos nuestro lento devenir hacia la Capilla Sixtina, pero antes tuvimos ocasión de maravillarnos con las salas y galerías de Rafael, sobre todo con la gran obra de arte que representa la celebración del pensamiento y ciencia humanos: la Escuela de Atenas. 

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Cuando llegamos a la Capilla Sixtina mis sentidos estaban a punto de saturarse de tanto arte, aunque me reavivó esta en tiempos severa y casi desnuda capilla convertida por obra y gracia del Papa Sixto IV en una preciosa pinacoteca de la pintura del Renacimiento italiano entre los siglos XV y XVI: Perugino, Botticelli, Guirlandaio, Cosimo Roselli ...

... Y Miguel Ángel, que pintó el techo de la capilla por encargo de Julio II de mayo de 1.508 a noviembre de 1.512. La difucultad que representaba la amplitud y la desnudez de las superficies de la bóveda fueron brillantemente superados por este genio al sobreponer a la arquitectura real una estructura arquitectónica diseñada en la que colocó, con maravillosos efectos tridimensionales, los distintos elementos figurativos. Impresionante esta maravilla del arte incluso para un profano y para las condiciones de la visita: sin casi luz y con un gentío que la abarrota en cualquier momento del día.

Todavía tuvimos tiempo de recrearnos con la Pinacoteca Vaticana, desde los primitivos artistas italianos y bizantinos, pasando por Giotto, Fray Angélico, Rafael, Leonardo da Vinci, Ticiano y otros tantos. Comentario aparte merece la Transfiguración que Rafael no terminó por su repentina muerte en 1.520 a los treinta y siete años de edad, cuadro éste que estuvo expuesto en la Capilla Sixtina durante los funerales del artista.  

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Después de deambular por la Biblioteca Vaticana y por otra cantidad ingente de salas abandonamos a media tarde esta impresionante colección de arte a mediatarde por la espectacular Escalera elíptica, realizada por Giuseppe Momo en 1.932.  

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Volvimos a las cercanías de la plaza de San Pedro para comprar algunos souvenirs y tomarnos un helado. Más tarde tomamos el metro para visitar la Piazza del Popolo, es amplia y abierta, de una perfecta forma elíptica, con su obelisco egipcio que termina en forma piramidal ubicado en el centro y sus “iglesias gemelas” de Santa María in Montesanto y Santa María dei Miracoli. Ni los andamiajes impiden admirar su prodigiosa simetría. 

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Accedimos a la plaza a través de la Porta del Popolo, una de las antiguas puertas que conformaban la muralla Aureliana. A la izquierda se encuentra la iglesia de Santa María del Popolo, de origen barroco, que alberga en su interior la pequeña Capilla Chigi, descrita en el libro de “Ángeles y Demonios” como el Primer altar de la ciencia (el altar terreno).

Una gran lona nos impidió observar todos los detalles descritos en el libro: la cúpula, adornada por las numerosas estrellas, los 7 planetas del sistema solar, la representación de los signos zodiacales, las 4 estaciones del año, los 4 elementos naturales; Entre las ventanas, pinturas que representan la creación y el pecado original, y sobretodo las 2 enormes pirámides de mármol que se encuentran a los lados. En el centro de la capilla, en el mosaico en el suelo, el famoso “Hueco del diablo”, que representa a la muerte alada. Nos quedamos sin ver la famosa escultura de Bernini “Habacuc y el Ángel” y el dedo del ángel, indicando la dirección hacia el próximo Altar de la ciencia.

 

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Tras bajar por la vía del Corso y transitar por la conocida via Condotti llegamos a la populosa Piazza di Spagna, repleta de gente. Era buena hora para descansar, poco tiempo, de la intensa jornada, y quedar para cenar.   

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Por primera vez, May y yo hicimos el camino desde el "Internazionale" al "Internacional". Transitando por la via Sistina tuvimos ocasión de ver la Fontana del Tritoni, de Bernini, como no, en la Piazza Barbaerini, el Palazzo Barberini y las cuatro fuentes en la encrucijada de las vias del Quirinale, Sistina, Quattro Fontane y XX Settembre.  

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Quedamos con Iku y Valentín para cenar en el entorno de la Plaza de España. Tras alguna incertidumbre por el sitio exacto donde habíamos concertado la cita, cenamos en un pequeño restaurante con una botella de lambrusco "amable" y el antipasto de rigor. Valentín pagó la cena, y con ella cumplió su apuesta de nuestra liga privada del Supermanager. No fue una comida en Florencia, pero fue una maravillosa cena en Roma, maravillosa más por la compañía que por los manjares que degustamos.

Después, un paseo por las calles de Roma nos condujo a la Fontana di Trevi, que pudimos contemplar iluminada. Era hora de descansar. Nos esperaba al día siguiente, para el que quedaban escasas horas, el Imperio Romano.

Roma (II)

Roma (II)

Cuando a las cinco y media de la mañana May "me invitó a levantarme para que me afeitara" no sabía si estaba en Roma o si, por el contrario, me encontraba en San Petesburgo, mas que nada por el cambio horario. Pasado el susto inicial aproveché para dormir lo que quedaba hasta las siete y media antes de arreglarnos para bajar a desayunar, copiosamente, como suelo hacer cuando salimos de viaje, porque intuyo que la jornada será completita e intensa.

Cuando Valentín e Iku llegaron al "Internacional" comenzamos nuestra visita a la ciudad por la colina del Quirinal, admirando la fachada del Palazzo del Qurinale y las gigantescas estatuas de Cástor y Pólux ubicadas en la piazza junto a uno de los innumerable obeliscos y una de las innumerables fuentes. De ahí a la Fontana di Trevi no hay más de cinco minutos, eso si aciertas a bajar por la escalinata que teníamos a nuestros pies. Pero todavía no nos orientábamos muy correctamente y hacía poco que habíamos comenzado a caminar. Estábamos ávidos de ver cosas, de ahí que diéramos más de una vuelta hasta localizarla, lo que nos permitió admirar el Palazzo Colonna, la Piazza Venezia y la gran columna de Trajano. Pero al final dimos con la fuente más conocida de Roma, evitando, eso sí, imitar a Anika Ekberg y a Marcello Mastroianni en aquella memorable escena de La dolce vita. 

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Eso sí, arrojamos las monedas de rigor, por lo que tal vez comentemos en este mismo blog nuestra vuelta a la ciudad.

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Callejeando llegamos al Panteón, gloria de Roma. Su pórtico, sus puertas de bronce, su solemne cúpula, sus capillas, en una de las cuales se encuentra la tumba en la que yacen los restos mortales de Rafael, hacen de él el más perfecto de entre los monumentos clásicos existentes en Roma.

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Nuestro próximo destino era Piazza Navona con sus tres magníficas fuentes, entre las que destaca la Fontana dei Fiumi, la fuente de los Cuatro Ríos de Bernini, soporte de su obelisco, más famoso si cabe tras los "ángeles y demonios" de Dan Brown, que parece como si nos siguiera en nuestros viajes, el año pasado en París y este en Roma. 

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La plaza, única en su género, debe su forma a la antigua pista de carreras del Estadio de Domiciano y destaca por su asombrosa decoración propia del barroco romano. Tras visitar la iglesia de Sant’Agnese in Agone, construida en el lugar donde, según la tradición, la virgen, desnudada antes del martirio, fue envuelta por los bellísimos cabellos crecidos milagrosamente, May, Iku y Valentín buscaban en el plano el mejor camino para llegar a la plaza de San Pedro.

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Y ese camino nos llevó hasta el Tíber, a la altura del Ponte Umberto, frente al Palacio de Justicia, una de nuestras visitas clásicas. Bajamos hasta su orilla ascendiendo de nuevo a la altura del Ponte. S. Angelo, construido en el 134 aC por Adriano para acceder a su entonces Mausoleo, con balaustres y estatuas de la escuela de Bernini. Lo cruzamos para contemplar el Castillo del Santo Ángel, coronado por el célebre Arcángel en bronce de Werschaaffelt. 

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Tiempo para hacer algunas fotos antes de entrar en el Estado sobrerano del Vaticano. 

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Accedimos a la Ciudad del Vaticano a través de la Via della Conciliazione que desemboca en la plaza de San Pedro, proyectada por Bernini entre 1,656 y 1,667, y a su obra más grandiosa, la Columnata. 

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Como seguro que no nos leen, podemos escribir que gracias a May nos ahorramos cerca de una hora de cola para entrar a la basílica. Nada más entrar, en la primera capilla de la nave derecha pudimos admirar la Piedad, una de las obras más bellas de Miguel Ángel. Sosteniendo la majestuosa Cúpula, también de Miguel Ángel, cuatro pilastras con cuatro grandes estatutas. Destaca la de San Longín, de Bernini, a cuya derecha está la célebre estatua en bronce de San Pedro. 

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Sobre el altar mayor, se eleva el fantástico Baldaquino de Bernini, sostenido por cuatro columnas en forma de espirar, hecho con el bronce sacado del Panteón. Debajo de esta altar se halla la tumba de San Pedro. Detrás, la Cátedra de San Pedro, en la que se incluye la antigua silla de madera de la primera basílica, identificada, gracias a estudios recientes, como el trono de Constantino.

Era el momento de la comida, pues desconocíamos la cola que nos esperaba por la tarde en nuestra visita a los Museos Vaticanos. No nos alejamos mucho de la plaza de San Pedro, y lo pagamos con gusto, incluido el servicio.

Roma (I)

Roma (I)

Si hace dos años nos escapamos unos días a Barcelona coincidiendo con el campamento de ASTRADE -para ver la ciudad y visitar a nuestro buen amigo Valentín- y el año pasado nos atrevimos con un viaje a París aprovechando la estancia de Sara en Fundamifp, en esta ocasión nuestro destino fue Roma, la ciudad eterna. Como siempre, quiero empezar este post con un especial y sincero agradecimiento a todas las personas que se quedan aquí velando por si ocurre alguna contingencia. Sabiendo que dejo alguna en el tintero, no puedo dejar de citar a Mª Eugenia, Almudena y "Mimi", cuyo apelativo cariñoso no le acompaña con el cuerpo ("con cariño").

Tras dejar a nuestro bombón en Águilas partimos raudos hacia Alicante a recoger algunas pruebas pendientes del susodicho dulce. Comimos en Alicante y todavía nos dio tiempo a hacer algunas compras antes de llegar al aeropuerto de El Altet, con la suficiente antelación para facturar sin prisas y embarcar a la hora fijada en el avión. La duración del vuelo fue menor de la esperada y en un abrir y cerrar de ojos estábamos en Madrid, donde tuvimos tiempo de admirar la T4 antes de embarcar, ahora rumbo a nuestro destino final, Roma. Traslado raudo al hotel (desconozco la cantidad de radares que saltaron de Fiumicino a la ciudad) y, durante el camino, la primera "anécdota" del viaje.

Los fieles (escasos) al blog ya conocéis que este viaje lo hicimos acompañados de Valentín e Iku. En los preparativos del viaje, la cibernética hizo que mientras nosotros reservábamos el Hotel Internacional Plaza, nuestros amigos lo hicieran en el Hotel Internazionale. Parece lo mismo pero no lo es. Vamos, que nos supuso un agradable paseo por las mañanas y por las noches para empezar nuestras visitas por la ciudad. Quince minutos por la Via Sistina, más parecido a una calle de San Francisco que a otra cosa. Pero el paseo era bastante agradable, y tranquilo.

Al llegar al hotel nos esperaban Valentín e Iku. El tiempo imprescindible para dejar el equipaje y cenar en un restaurante cercano tras una acertada recomendación de la agradable recepcionista del hotel. Fue el inicio del "antipasto". Una de los descubrimientos (ya comentaremos otros que surgieron a lo largo de los siguientes días) del vocabulario italiano, que todos hablábamos con una inusitada fluidez, vamos, como si hubiéramos pasado media vida en Roma.

Todavía nos dio tiempo a tomarnos unas aguas frizantes y unas flojas cervezas antes de retornar a nuestros respectivos alojamientos. Había que descansar. Se avecinaba una terrorífica jornada bajo la impacable guía de May, dispuesta a ver todas las iglesias de Roma, plazas, fuentes y demás...

Veinte días de silencio ("los horarios mandan")

Hace veinte días comentaba los avatares del G.P. de Bélgica de Fórmula 1 disputado en el circuito de Spa-Francorchamps. Comenzaba entonces un largo peregrinar, un ritual de muchos principios de septiembre, como es la elaboración de los horarios. En estas tres semanas hemos vivido algún que otro descalabro más de nuestro querido Real Murcia, otro cuarto lugar de Fernando Alonso en el G.P. de Italia y el triunfo de Alberto Contador en la Vuelta ciclista a España, circunstancias éstas que merecerían su comentario, fundamentalmente la última por lo que supone para el palmarés del de Pinto.

Retomamos hoy nuestra singlatura blogística. Un saludo cordial a los asiduos de esta bitácora, esperando ansioso sus comentarios. Ya se aproxima el Supermanager ... 

París - Día 5

París - Día 5

Nuestro último día en París amaneció cubierto y pasó poco tiempo antes de que empezara a lloviznar. Tras hacer las maletas y desayunar volvimos a la habitación y aprovechamos el primer parón de la lluvia para salir a pasear. Pasaban a recogernos a las 17:00 horas y todavía quedaban lugares por ver. Dejamos el equipaje en consigna y cogimos el metro sin dilación.

Una vez en la Isla de la Cité nos dirigimos al Palacio de Justicia, que alberga la Conciergerie y la Sainte-Chapelle, que Luis IX hizo edificar para conservar las reliquias de la pasión de Cristo (la más conocida de ellas es la corona de espinas). Impresionantes sus esculturas y vidrieras, en número de quince, que cuentan la historia de la humanidad a lo largo de 1.113 escenas.

Seguía lloviendo cuando la abandonamos, paseando por los alrededores de Notre-Dame. Tuvimos la oportunidad de visitar la torre Saint Jacques, cerca del Ayuntamiento, la isla de San Luis y el barrio Latino. Nuestros pasos nos condujeron al Panthéon, iglesia en tiempos de Luis XV y edificio civil desde 1.885. Al margen de grandioso orden arquitectónico, algo llamó mi atención.

Me encontraba en el lugar donde 157 años antes (el 26 de marzo de 1.851) Foucault fue capaz de convencer a sus contemporáneos de la evidencia del motivimiento de rotación de la Tierra. "Vous êtes invités á venir voir tourner la terre ..." ("Están ustedes invitados a ver girar a la Tierra ..."). Con estas palabras, invitó a los científicos de su época a contemplar los resultados de un revolucionario experimento que proporcionaba pruebas del giro de la Tierra visto desde la propia Tierra.

Dentro del domo del Panthéon suspendió un péndulo de 67 metros de largo del que colgaba una bala de cañón de 28 kg, prestando gran atención a que el cable fuera perfectamente simétrico. Colocó un estilete debajo de la bala y esparció arena en el potencial camino de ésta. Separó la bala hacia un lado y la sujetó con una cuerda hasta que estuvo perfectamente quieta. Quemó la cuerda y el péndulo empezó a oscilar dejando una huella en la arena. A los pocos minutos la huella en la arena inicial se empezó a ensanchar. El experimento fue un éxito. La Tierra giraba "bajo" el péndulo. En otoño de 1.995 la esfera de hierro original que utilizó Foucault fue desempolvada y colgada de nuevo del domo del Panthéon, donde pudimos contemplarla.

Tras la subida a la cúpula (una buena ascensión, con más de doscientos peldaños) bajamos a la cripta, donde descansan muchos franceses notables (Descartes, Voltaire, Rousseau, Victor Hugo, Émile Zola, Louis Braille, ...). Nos costó bastante encontrar a María y Pierre Curie, y en el camino encontramos otros nombres tantas veces estudiados en la carrera.

A la salida comimos en el Boulevard St-Michel y rumbo al hotel tuvimos la oportunidad de visitar los jardines de Luxemburgo y la famosa fuente de Médicis. Nos acercamos en metro a la zona del hotel. Sólo quedaba tiempo para tomarse un capuccino en la brasserie Olympia.

Con una puntualidad exquisita nos recogieron del hotel y en veinte minutos estábamos en el aeropuerto de Orly, algo menos organizado que el de El Altet, todo hay que decirlo. Tras facturar, las últimas compras en el duty free y el embarque. Tuvimos que esperar tanto para confirmar la reserva de nuestro viaje en la agencia que cuando lo hicimos sólo podíamos regresar en business class, y la verdad es que se agradece. Perfectamente atentidos por el personal de a bordo y bien cenados, tras nuestro aperitivo, llegamos a Alicante, algunos hasta con cazadora vaquera. El contraste era total, de la lluvia al bochorno. Pero es lo que tenemos.

Y aquí acaba la historia en cinco fascículos de una escapada a París. Todo salió bien, recogimos a Sara en perfectas condiciones y nos dimos este pequeño capricho que espero que se repita en próximas ocasiones, visitando otros lugares de interés.

F I N

París - Día 4

París - Día 4

Nuestro penúltimo día en París no comenzaba con una excursión, lo que nos evitó los madrugones anteriores. Era nuestro primer día moviéndonos a nuestro aire por la ciudad y la agenda estaba repleta de lugares que visitar. Decidimos viajar en metro, posiblemente el modo más rápido para desplazarse. Sacamos un billete válido para todo el día para cada uno y nos adentramos en las entrañas de la ciudad en una estación próxima al hotel.

La primera parada era el Museo d’Orsay. Este soberbio edificio de Victor Laloux (origiralmente destinado por la compañía del ferrocarril Orléans a terminal) expone diferentes tipos de arte del periodo comprendido entre 1.848 y 1.914. La colección es impresionante, más bien se podría decir que abruma tanto arte junto. Y sobre todo para alguien de ciencias, que en cierta medida es como aquel "coleccionista de espectáculos" que sólo asiste a un estadio para presenciar un Real Madrid-F.C. Barcelona.

Por supuesto que uno no deja de impresionarse ante la gran cantidad de obras de Rodin que puedes admirar (sólo era el aperitivo de lo que vendría después) y, sobre todo, cuando en la planta superior te encuentras con la sala dedicada a Van Gogh (no creo que en muchos museos haya tantas obras de este genial pintor juntas), o a Cézanne, Degas, Manel, Matisse, Monet, Renoir, Toulouse-Lautrec, ...

Cuando tenía más tiempo libre encontré un pasatiempo en la construcción de puzzles y muchos de ellos eran reproducciones de grandes obras de arte. ¡Pues allí estaban todos los originales de mis rompecabezas juntos! Realmente increíble, incluso para un aficionadillo como yo.

Abandonamos el museo y nos dirigimos a pié al Museo Rodin, en el antiguo hôtel Biron, donde residió el escultor, donde pudimos admirar la mayoría de sus grandes obras: El Pensador, La Puerta del Infierno, Las tres Sombras, Balzac, El Beso, ... El Boulevard des Invalides separa el Museo Rodin del imponente Hôtel des Invalides, que da nombre a la zona, y no desaprovechamos la oportunidad de acercarnos a la Iglesia del Dôme, en cuya cripta yace Napoleón.

Se acercaba la hora de comer y decidimos volver al metro para trasladarnos a los Campos Elíseos para pasear entre el bullicio de gente. Subimos hasta el Arco del Triunfo y, después de la comida, decidimos realizar alguna compra en las Galeries Lafayette, muy cerca del hotel, permitiéndome el capricho de traerme el maillot amarillo de la ronda gala, próxima a comenzar, para cuando salga en bicicleta por la carretera de Barqueros (sin comentarios).

Descansamos un poco en el hotel y nos preparamos para nuestra excursión del día (no perdonamos una), que esta vez era nocturna. A las 19’45 horas debíamos estar en el Port de la Bourdonnais para embarcar (de nuevo) en un Bateaux Parisiens y pasear por el Sena, con cena incluida. El viaje en metro nos permitió pasear por los jardines del Trocadero, junto al Palacio de Chaillot.

Si las excursiones de días anteriores eran más que prescindibles, esta es un capricho que no puedes dejar de darte, sobre todo si te acompaña la persona más maravillosa del mundo, principal responsable de que estos cinco días sean inolvidables. El Sena, sus majestuosos puentes, los monumentos de París, la Torre Eiffel iluminada, la orquestra con cantante que te acompaña con famosas canciones francesas durante el crucero, ... Una noche inolvidable. Aquí reproducimos el menú de la cena, en el que coincidimos prácticamente en todo salvo el postre:

 


Entradas

Ancas de rana y morillas cocinadas a fuego lento, lechuga y hierbas tiernas en fina crema

Lomo de salmón ahumado, emulsión de aceite de oliva, crema de tarama

Foie gras de pato confitado, boletos marinados, pan con cereales

Langostinos “black tiger”, espárragos trigueros y Avruga

Segundo plato

Lubina, tomate confitado y níscalos, jugos de cocción a la cidronela

Filete de pato pequeño como una parrillada, frutas y verduras tempranas, condimento especiado

Pieza de buey “black Angus”, puré de patata con tomate y cebolletas, jugo aromatizado a la trufa

Suprema de pollo asado, barigoule de verduras al pisto, jugo de pimiento de Espelette

Postre

Tabla de quesos frescos y curados, panecillo con uvas pasas

Dulce al caramelo mantequilla salada sobre un ligero bizcocho de macarrón

Fresas y frambuesas en un jugo helado, sorbete fiordo, crujiente de azúcar

Tejo oro chocolate – guindas, jugo al aromatizado con amarena

Nougat helado, pistacho, fruta de la pasión

Bebidas

Aperitivo, Macon Fuissé, Fronsac

Agua mineral y café


 

Tras desembarcar regresamos al hotel en taxi, pero la preciosa noche de París invitaba al paseo.Llegamos a la Plaza de la Concordia, con su majestuoso obelisco, tras pasar por el famoso restaurante Maxim’s. Por desgracia, el retorno estaba próximo.

París - Día 3

París - Día 3

El jueves teníamos la segunda de las excursiones programadas con antelación a nuestra salida: "París día completo". El nombre lo dice todo. Tras otro pequeño madrugón y un buen desayuno, al punto de salida. Por la mañana tocaba "París histórico", una visita al corazón de viejo París que prometía revivir dos mil años de arte e historia. Tras admirar (de nuevo) el geométrico diseño de la Plaza Vendôme y la sorprendente arquitectura de la vieja Ópera, realizamos un recorrido panorámico por la Plaza de la Bastilla, el barrio du Marais y el barrio Latino (la Sorbona, los jardines de Luxemburgo y St. Germain des Prés). Al final de este recorrido nos trasladamos en "Batobus" desde los alrededores del Museo d’Orsay hasta la isla de la Cité, donde visitamos la Catedral de Notre-Dame, para volver en barco hasta las inmediaciones del Louvre y los jardines de las Tullerias.

Poco tiempo para comer porque algo después de las dos de la tarde comenzaba la siguiente salida: "París seinorama". Otro recorrido panorámico, esta vez por la Plaza de la Concordia, la Avenida de los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo y los barrios residenciales del oeste próximos al "Bois de Boulogne". Terminamos en el muelle de la Bourdonnais, donde embarcamos en un "Bateaux Parisiens" para realizar "otro" pequeño crucero por el Sena y, tras desembarcar, visita a la Torre Eiffel, subiendo en ascensor hasta su segundo piso, para contemplar unas maravillosas vistas de París.

La tarde no invitaba a ver mucho más. El atracón había sido considerable. Decidimos cenar en el hotel degustando, entre otros suculentos manjares, un exquisito bloc de foie gras de canard du Sud-Ouest acompañado de dos botellas de vino de Burdeos (aunque no nos atrevimos a traer ninguna botella en el avión, sí que viajaron con nosotros algunas latas de foie que algunos asiduos de este blog podrán degustar próximamente, acompañado de algún buen caldo de la tierra, o de algún magnum de aalto que está preparado para la ocasión).

París - Día 2

París - Día 2

El segundo día en París comenzó pronto. Había que estar en el punto de salida de la excursión que teníamos planeada (Versalles apartamentos + Montmartre y el Louvre) sobre las nueve de la mañana y desayunar antes en el hotel, más el paseo hasta la Plaza de las Pirámides.

El viaje a la siempre sorprendente Versalles nos permitió atravesar por primera vez la Avenida de los Campos Elíseos, de lo poquito que nos faltó nuestra primera noche. Tras visitar por libre una pequeñísima porción de las más de 100 hectáreas que ocupan los esplendorosos jardines, aunque por la premura de tiempo no pudimos ni llegar a la gran Fuente de Apolo, realizamos una visita guiada de los grandes aposentos de los Reyes, de la que destaca una de las joyas del palacio, la Galería de los Espejos, con sus diecisiete ventanales que miran al parque y sus otros tantos espejos en el muro opuesto, con un efecto luminoso increíble. Sin olvidarnos de la bóveda, con pinturas que ilustran las grandes victorias francesas. Todo refleja la voluntad de Luis XIV, el rey Sol.

De vuelta a la ciudad, poco tiempo para comer, ya que a las dos de la tarde salíamos en autobús rumbo a Montmartre. Y aquí nos cayó el primer diluvio, que deslució toda la visita a este pintoresco barrio. Tras tomar el funicular, visita a pie pasada por agua por Montmartre y la Plaza du Tertre. Tuvimos que refugiarnos en uno de sus cafés para no coger una pulmonía, a consecuencia del inmenso chaparrón. Antes de bajar la colina, visita a la Basílica del Sacré Coeur.

Y de ahí al Louvre, al que accedimos por el aparcamiento subterráneo, lo que te obliga a empezar la visita por el final de "El código Da Vinci", por La Pyramide Inversée, [(...) las dos pírámides se apuntaban la una a la otra, y sus puntas casi se tocaban. "El cáliz encima. La espada debajo" (...)]. De ahí, atravesando galerías, tiendas y otras dependencias, llegamos al Hall Napoleón, inicio de los recorridos por las alas Sully, Denon y Richelieu.

Por la primera de ellas iniciamos la visita guiada, que tenía por objeto poco más del llamado por Robert Langdon "el Louvre Light", un itinerario reducido para ver sus tres obras más famosas: La Mona Lisa, la Venus de Milo y la Victoria Alada de Samotracia. Atravesamos el Louvre medieval y de ahí, atravesando las antigüedades egipcias llegamos a las griegas, deteniéndonos en una de las grandes joyas del arte helenístico, la Venus de Milo. Y de ahí, a la famosa escalera con la Victoria de Samotracia sobre la proa de la nave que ella llevara al éxito. Impresionantes ambas.

Tras contemplar la Galería de Apolo, sin las joyas de la corona, pasamos a la Salle des États, en la que se expone el cuadro más famoso del mundo, la Mona Lisa de Leonardo, tras su panel protector de plexiglas, a la que es difícil acercarse por el gentío que allí se congrega. Tras contemplarla detenidamente, pasamos a la galería de pintura francesa (grandes formatos) con las grandes obras de Jacques Louis David (Coronación de Napoleón I), Géricault (La Balsa de la Medusa) y Delacroix (Muerte de Sardanápalo, La Libertad guiando al Pueblo).

Aquí finalizaba la visita guiada. Teníamos casi cuatro horas más para continuar la visita. No estaba mal, teniendo en cuenta que se estima que un visitante tendría que dedicar cinco semanas para ver las sesenta y cinco mil trescientas piezas expuestas en el museo. Volvimos sobre nuestros pasos para volver a la galería de pintura italiana, donde contemplamos La Virgen de las Rocas (seguíamos el rastro de los protagonistas de la novela).

Tras visitar la sala donde se exponen las pinturas españolas, nos propusimos contemplar las obras de Jan Vermeer. Para ello, había que abandonar el ala Denon y adentrarse en el Pabellón Richelieu. Impresionante el Patio de los Caballos marmóreos de Coustou. También la Sala Rubens. Cansados ya, llegamos a la sala donde se expone La costurera de encajes y El Astrónomo.

Aunque eran poco más de las ocho de la tarde, decidimos abandonar el museo. El descanso era más que merecido. Cenamos en las inmediaciones del hotel y nos preparamos para otra dura jornada.